Ella tenía un don especial para conseguir lo que quisiera
de todo el mundo. Hasta las piedras a su paso envidiaban el movimiento de su
pelo. Sonreía y el cielo se iluminaba aunque estuviera nublado. Tenía todas las
facciones perfectas, las manos suaves y las uñas cuidadas. Acudía a los
castings con cualquier vestidito sencillo que sobre ella parecía algo especial
sin serlo. Y en cuanto la veían llegar, el resto de chicas temblaban y había
razones, siempre ganaba ella. Era miss perfecta, miss mejor actriz, miss futuro
brillante. Y él… él era un productor forrado, sin novia. Decían que tenía un
coche para cada día de la semana. No era muy joven, pero tenía ese atractivo
tan difícil de explicar. Ese aplomo transmitido en una mirada profunda que se
te clavaba hasta la nuca. Y ambos cayeron en el influjo del otro en el momento
en que ella puso su primer pie en aquel despacho. El papel estaba creado para
ella sin conocerla aún. Y él creía que ella era lo que estaba destinado a
tener. Pero ella esperaba mucho más. Películas con más renombre. Hollywood.
Grandes directores. Qué sé yo. Lo que sé es que aquel amor se quedó guardado
para siempre en aquella película. Nombres, besos y tramas encerradas en dos
horas de film rodados hace ya muchos años. Ella ha conseguido su sueño, y él
sigue buscando una chica que se le parezca mínimamente. Esta noche sé que van a
coincidir en una cena de gala. Quizá sea el momento. Y allí estaré yo para ver
el final.
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